Porque eso es lo que conseguí el domingo, acabar mi primera maratón, bueno no solo eso, el domingo también conseguí mi objetivo principal desde hace ya 5 años, fecha en la que formalizo la primera inscripción al Maratón de Valencia, que era conseguir ponerme en la línea de salida de una maratón. Porque ese era y será mi principal objetivo cada vez que me vuelva a plantear enfrentarme a los 42 kilómetros y pico.
Ponerse en la línea de salida de un maratón, con ciertas garantías, significa haber llevado a cabo un entrenamiento de al menos tres meses de duración, cumpliendo con el mismo, y cumpliendo contigo mismo. En esto no vale hacerse trampas al solitario, no vale con escaquearse un domingo y aplazar la tirada larga porque simplemente no te apetece, cuando tienes en mente el maratón, hay que ser consecuente con ese objetivo, hay que ser respetuoso con una prueba, que si la engañas te pondrá finalmente en tu sitio. Llevar a cabo ese plan de entrenamiento, conlleva muchas veces dejar de lado cosas tan importantes como la familia, amigos, ocio... Se trata de buscar tiempo donde muchas veces parece no haberlo, para salir a entrenar, entrenos muy largos en la mayoría de los casos, con viento, con lluvia, con calor, con frio. Compatibilizar el trabajo con el “otro trabajo”, añadir cansancio donde ya lo había. Es difícil, pero eso es lo que le da valor a la preparación, haber sido capaz de superar todos los problemas que aparecen y cumplir con lo que has planificado. Eso le da sabor, no es tarea para superhombres, solamente es tarea para personas comprometidas, porque para que engañarnos nadie te obliga a salir a correr 15-20 kilómetros lloviendo, pero sabes que si no lo haces, ese día no te encontraras igual de bien que cuando cumples el entreno.
Todo eso que parece tan fácil, es lo que había intentado llevar a cabo en dos ocasiones, y en ambas por lesión no había podido terminar. Ahora mirando en perspectiva, no lo puedo achacar a la mala suerte: antes tenía más tiempo, las circunstancias eran más favorables, existía gente con quien compartir entrenos, y a pesar de todo ello, creo que mi compromiso no era el mismo. No tomaba en serio a lo que me enfrentaba, pensaba que era una carrera más, muy larga, pero otra más, el pensamiento era: ¡Si fulano lo ha hecho, no voy a hacerlo yo!. No estaba comprometido, cometí errores: ritmos que no eran los míos, acelerar los entrenos, comprimir entrenamientos por no salir cuando tocaba, tomarme a guasa la posibilidad de una lesión y ponerme a jugar al futbol…
Esta vez ha sido diferente, todo ha sido diferente. Antes de ni siquiera plantearme inscribirme otra vez, trace un plan. Mire la fecha del maratón y me fui 4 meses atrás para saber el día que tenía que empezar. Busque un plan que pudiera cumplir, o si no cumplirlo en su totalidad si al menos en un 90%. Busque un plan sin series, no me gustan y sufro mucho con ellas, mi objetivo era acabar el maratón, acercándome a las 4 horas; eso es un ritmo de 5:40, no necesito series para tener ese ritmo, necesitaba kilómetros en las piernas para que me pudieran llevar desde el kilómetro 1 al 42.
Cuatro días a la semana, durante 18 semanas, más de 800 kilómetros y una media de 53 kilómetros semanales las ultimas 12, el sábado salíamos en dirección a Valencia, José Enrique y yo. El día anterior un acontecimiento estuvo a punto de dejarme una vez más sin poder llegar a la línea de salida, recordatorio de lo difícil que es llegar a ese momento. Por eso mi admiración para los que lo intentan aunque luego por circunstancias no acaben, porque el premio es estar ahí.
Llegados a Valencia, nos recibe una marquesina en la carretera de entrada, indicadora de que mañana era un día especial en la capital del Turia, incluso el sol nos recibe, un guiño del tiempo, aunque aún nos dio sustos durante todo el día. La logística en el hotel perfecta. José Enrique lo tenía todo bajo control, hasta el más mínimo detalle, y es una cosa que cuando uno es novato, se agradece. Como tengo que agradecerle lo pendiente que estuvo de mí en todo momento, de no haber estado el por allí, seguro que alguno de los olvidos que tuve o cosas que no tome en cuenta, habrían derivado en abandono o sufrimiento adicional.
Tras comer nuestra ración de pasta, nos dirigimos a realizar la recogida de los dorsales y ver un poco el ambiente de la prueba. Al llegar a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, nos dirigimos primero a recoger el dorsal. La feria del corredor como todas, un intento de colocarte productos mucho más caros de lo que los puedes encontrar por ahí. Nos dirigimos cada uno a nuestros respectivos puestos, aquí me llevo la única decepción de este maratón. La organización no sé qué programa habrá utilizado para generar los dorsales, pero los nombres compuestos los deja en solo el primero, por lo que el dorsal de mi primer maratón queda bautizado como JUAN. Al final sirve para que nos quede una foto simpática representando a JUAN JOSE.
Con nuestro dorsal debajo del brazo nos dirigimos a ver el lugar mágico, la llegada. Una pasarela sobre el agua con moqueta azul, cubierta por un plástico para protegerla de las gotas de lluvia que ya a esa hora comienzan a caer. Al fondo el arco de llegada, tan cercano, a tan solo 195 metros y tan lejano a la vez. Mirándolo no puedo evitar pensar, si mañana llegare a cruzarlo, pienso que antes de llegar allí, tendré que haber completado 42 kilómetros, cuando mi salida más larga ha sido de tan solo 28 kilómetros, 14 kilómetros de desconocimiento y los 14 kilómetros que más me preocupan.
No nos entretenemos mucho aquí, ya que queremos descansar un poco las piernas para mañana. Al llegar al hotel comenzamos a meternos en el papel, prendemos el dorsal a la camiseta, preparamos calcetines, geles, ropa adicional para no tener frío en la salida, elegimos los kilómetros para avituallarnos, en definitiva comenzamos el ritual de preparación. Esto creo que fue lo me hizo soltar nervios, ver que las cosas al menos las externas estaban bajo control, eso y José Enrique, diciéndome una y otra vez que el trabajo estaba hecho, que no equivocara el ritmo y el trabajo saldría. Creo que el no dudo en ningún momento que pudiera acabarlo, no pensaba yo lo mismo.
La noche es tranquila, alterada por la impresionante tormenta que cae sobre Valencia y que nos hace temer lo peor para el día siguiente. Nos acostamos pensando que mañana será un día muy malo, y eso unido a la dureza propia ya de la prueba, a mí me hace ver que será una mañana muy larga.
Despertamos temprano, a las 6 AM estamos en la cama, tomando un desayuno sin hambre, pero necesario para afrontar con garantías los kilómetros, empezamos a poner mensajes en el Whatshap, los ánimos son constantes. Yo intento retrasar al máximo la puesta de la ropa, buscando cosas en las que entretenerme ya que la ansiedad del momento casi te invita a salir corriendo. Vaselina en todos los puntos problemáticos, calcetines, mallas, el pulsometro, la camiseta…y como no idas y venidas al baño, nervios y más nervios, y cada vez hablamos menos, o al menos no hablamos del maratón, creo que la responsabilidad del momento nos puede.
Bajamos en el ascensor, en el vestíbulo nos esperan ya, Federico y Pierre, compañero de José Enrique y su amigo, buena gente que el atletismo popular pone en tu camino.
Andando nos acercamos a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, buscamos los cajones de salida y aquí tras desearnos suerte nos despedimos, para ocupar cada uno su cajón correspondiente. Aquí ya me quedo solo, me meto en mi cajón, y me empieza a rodear la gente, y me empiezo a poner nervioso. Miro a mí alrededor y pienso que no debo estar tan loco, si tanta gente lo intenta o quizás es que cada vez hay gente más loca. Tengo ganas de orinar, y ya empezamos a estar apretados. Miro hacia arriba y veo a la gente en las ventanas y balcones de los edificios colindantes, y pienso: “Es posible que nos envidien, es posible que a ellos también les gustaría estar aquí”, y es en este momento cuando tomo conciencia de los días de entrenamiento en el monte solo, de los madrugones, de los ratos que le he robado a mi familia para salir a entrenar, de los días de partido que no he salido porque tocaba entreno, y las palabras de la gente del club suenan en mi cabeza: “Estas preparado”, “Lo has trabajado” y me doy cuenta de que llevan razón, de que me he puesto aquí no solo para estar aquí, sino para acabarlo y volver a casa con la satisfacción del premio al trabajo, aunque para mí el premio sigue siendo estar ahí.
Suena la traca, se oyen vítores, la gente empieza andar, esto comienza, ahora ya es un paso detrás de otro, pero no, algo pasa, se produce tapón, por megafonía nos avisan de que se ha producido una salida en falso, los keniatas venidos para batir el record, han salido zumbando al oír el primer petardo y hay que repetir. Manos al aire pidiendo que demos marcha atrás para hacer hueco a los que están adelantados. Disciplinados como somos, volvemos a nuestra posición inicial y esperamos que suene el disparo de nuevo. Suena y comenzamos a andar, me lleva casi 4 minutos cruzar por el arco de salida, pero la espera merece la pena, estamos encajonados en una calle que desemboca en el puente, y al girar a la derecha el arco, vista al garmin y pulso START.
Los primeros metros voy nervioso, intento contener la euforia para no caerme o pisar a alguien y busco un hueco donde empezar a coger ritmo, finalmente lo consigo. Busco un grupo para meterme dentro y protegerme, pero hoy no hace viento, es mas en contra de lo esperado el día luce esplendido. Sigo corriendo, me pego a la línea azul que me marca el recorrido, vibra el garmin, primer kilómetro, ¡Ya! pienso. El ritmo 5:49, bajo para el objetivo de las 4 horas. Busco el globo de las 4 horas pero no lo veo, sigo con el ritmo no me planteo acelerar, tengo claro que quiero acabar. Tal y como me habían avisado el pulso va alto, no tanto por el ritmo, sino por las sensaciones, sigo el paso, van cayendo los kilómetros, alguno más rápido, pero sigo pendiente del pulso, no más allá de 155, tal y como le tengo enseñado al chino.
Kilómetro 5, primer punto de agua, aquí me avituallo de agua, no tengo sed, pero empiezo a notar la humedad, no quiero arriesgarme y tal y como recomiendo Jeff Galloway, me toma dos o tres sorbos de agua, andando. Algo que repetiré cada 5 kilómetros, distancia que separa un avituallamiento de otro. Hace poco me han pasado dos atletas del pueblo, Jesús y José Félix. Lo del primero esperado, pensaba que estaría por delante ya, lo del segundo no tanto, y viendo el ritmo que llevaban menos, pero cada uno sabe lo que ha entrenado. Me acerco al kilómetro 10, aquí si todo ha ido bien me esperan Horten, Javi y Silvana, los busco ansioso con la mirada, nervioso por si los paso de largo.
Al final los veo, les saludo con la mano y me acerco a besar a mi mujer, que para eso me ha estado aguantando tantos meses, pongo mi mejor cara y me despido de ellos, con preocupación ya que la próxima cita es en el 30. Hasta aquí la carrera va bien, el ritmo lo he ido aumentando un poco y me encuentro genial de piernas. Me acuerdo de Ismael, y me digo, “Ya tienes un 10K, quedan 3”. En el kilómetro 12, se acerca a mí un corredor desconocido y comenzamos a hablar, no sé qué le empujo a ello, pero vamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida: los rodajes, el miedo (es su primer maratón tambien), lo difícil de compaginar esto con la familia…Así van cayendo los kilómetros, ambos tenemos el objetivo común de acabar y ambos tenemos claro que un ritmo elevado al principio es sinónimo de sufrimiento o abandono al final. Regulamos, cada kilómetro que hacemos por debajo de 5:45, me indica la conveniencia de disminuir el ritmo, pero a veces metidos en la conversación nos aceleremos. El objetivo pasar la media lo más enteros posibles.
Hacemos la media maratón en torno a las dos horas, aquí según veo el garmin, llevamos un ritmo medio de 5:44, es decir 84 segundo por encima del ritmo para las 4 horas. Las piernas siguen bien y la cabeza también, aunque ya empiezo a buscar con ansiedad llegar al 28. Este es limite de entreno, a partir de alli todo sera nuevo. Es a partir del kilómetro 23 cuando comienzo el primer punto de sufrimiento. La carrera transcurre por una larga carretera durante 2 kilómetros, en los cuales ves a la gente que va por delante justo al lado pero en sentido contrario, es un polígono, para luego girar y desandar esos dos kilómetros en otros sentido, justo cuando nos adentramos de nuevo en el centro de Valencia veo el kilómetro 28. Le digo a Fran (así se llama mi compañero), que para mí el maratón comienza aquí, pienso que son solo 14 kilómetros, justo lo que entrenaba los Lunes en el parque, 20 vueltas, ¿Qué es eso? Eso es la parte más dura del maratón, cada kilómetro voy notando que las piernas ya se quejan, noto ciertas molestias en el tobillo derecho, pero sigo yendo bien de pulso y noto que el motor puede seguir moviendo lo de abajo, así que sigo a ritmo, entre el 28 y el 34 pasamos una zona de toboganes y túneles, es la parte más dura del recorrido, las salidas y por tanto subidas de los túneles pican en las piernas, que ya no van como antes, pero hay mucha gente en las aceras animando, grupos musicales, todo para que la opción de pararte no sea la que domine. Cruzamos el cauce del Turia para empezar a acercarnos al centro y luego girar hacia Benimaclet y volver por los kilómetros iniciales que ahora serán los finales. En el 31 me esperan de nuevo mis fans, les veo muy alegres por volver a verme, les sonrió y beso a Horten, quiero que me vean entero y bien. Me da un empujón para lo que se me vienen encima.
En el kilómetro 35, el muro sigue sin aparecer, Fran y yo le tememos, tomamos el ultimo gel. En este punto en la acera veo a Primi del pueblo, me hace una foto y lo saludo con la mano.
Aquí ya empiezo a notar el castigo, las piernas cada vez van más flojas y me cabrea porque noto que puedo seguir moviéndolas, pero muscularmente no dan más de sí, y noto como ya no tengo las fuerzas de antes, no noto sensación de hambre, pero noto un cambio físico. Me doy cuenta que mi cuerpo ya no tiene glucógeno y está tirando de grasas, el combustible de peor calidad. Ahora ya no es cuestión física, ahora es cuestión de cabeza, por delante tengo 6 o 7 kilómetros, en los que sé que el deterioro va a ser constante. No lo pienso, ya solo pienso en ir kilómetro a kilómetro, sin parar. Ya no me distraigo del pulsometro, veo como este poco a poco me ha ido subiendo, no exageradamente pero ya estoy por encima de 160, no era lo planeado, pero entiendo que estando en fatiga como estoy es normal que suba.
Sigo adelantando gente. Fran se ha ido un poco por delante en el último avituallamiento, el al contrario que yo no se detiene para beber, hasta ahora en todos le he recuperado sin esfuerzo, ahora veo que ya no va a ser posible. Le grito dándole las gracias por los kilómetros compartidos, no sé si me oye.
Kilómetro 38, delante veo un perfil que me resulta familiar, José Félix. Lo veo mal, le saludo y le doy ánimos, pero poco más puedo hacer por él, le acompaña Paco, el marido de Merce Sáez, este sin dorsal, sin duda le va ayudando en los kilómetros más difíciles.
Por delante ya “solo” 4 kilómetros, menos que eso, solo 2, el 40 se dónde está por haber pasado por el esta mañana camino de la salida y sé que desde allí es un paseo rodeado de gente. En estos dos kilómetros veo a mucha gente parada, estirando, muchos andando y sigo poniendo un pie detrás de otro, no me paro. En el último punto de agua, al andar para beber, luego me costó mucho comenzar a correr de nuevo, temo que si paro ya no sea capaz de arrancar otra vez. Son dos kilómetros muy duros, noto que ya no voy bien del todo para el ritmo que llevaba y decido bajar, me da miedo tener que parar ahora, sé que queda poco, pero es que las piernas ya no van. Finalizando el 39 entramos en la zona del Corte Ingles, esto ya es conocido de ayer, veo el 40, solo 2 kilómetros y en el 41 sé que están esperándome los míos otra vez. Levanto la cabeza intentando mirar hacia delante, intento levantar las rodillas, llevar una zancada lo más digna posible no sé si lo consigo o no, poco me importa, por dentro voy lleno de emoción, estoy viendo la Ciudad de las Artes y las Ciencias otra vez, corro en paralelo a ella, tengo ganas de llorar, aunque no fuerzas. En el 41 tal y como planeamos están los míos, esta vez no soy yo quien los ve sino ellos a mí, les veo alegres, contentos diría que hasta emocionados, yo seguro aquí, ya no me aguanto las lágrimas y se me escapan algunas, Horten corre junto a mí un rato, me grita, y me anima, le pido que pare más que nada porque no tengo mucho equilibrio en estos momentos, la zancada ya es autómata. Me deja y doblo una esquina en dirección al Oceanografic, bajo una cuesta y ya rodeado por vallas me adentro en los últimos 500-600 metros. Reduzco el paso, me intento buscar un hueco sin gente, para salir luego bien en la foto, y sobre todo disfruto, disfruto de los gritos de la gente, de los ánimos, de las felicitaciones, es como los finales de etapa del ciclismo, un túnel de gente aplaudiéndote, me empapo de eso, intento grabar las sensaciones, puede que corra algún maratón más, pero sé que lo que siento ahora no lo tendré en otros y veo el 42 y giro entrando en la pasarela, 195 metros de moqueta azul, arco al fondo y grito, de rabia, de alegría o yo que sé, levanto los brazos y me rio. Este es el momento, el momento en el que tanto he pensado en estos 4 meses de entrenamiento, el momento de acabar el MARATON, y me siento feliz y sumamente satisfecho por haberlo conseguido. Por fin lo puedo decir SOY MARATONIANO.
Mientras me acerco a recoger mi medalla de finisher, me siento satisfecho, contento, casi diría que sorprendido. Quizás esperaba sufrir mucho más, pasarlo peor o tener más momentos de querer abandonar, de tener que luchar más con la duda de si lo acabaría o no. Quizás me haya sorprendido a mí mismo.
Busco a José Enrique, dudo que lo encuentre entre tanto gente, pero quiero verlo. Quiero darle un abrazo, y gritarle “Gracias Tío”. Gracias por todo lo que me has ayudado estos últimos días, pero sobre todo gracias por correr, porque tengo claro que es gracias a él y otros como el por lo que hoy cruzo la línea de meta de un maratón. Gente pionera en el pueblo en esto de los maratones, gente a la que viendo correr por las calles del pueblo me llevo a pensar “Yo también puedo”.
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